jueves, 14 de enero de 2016

Haikú #1





Haikú #1

¿Con qué comparar
las cosas del mundo?
Con un barquito
que sale y no deja
rastro de su rumbo.


Manzei






Xío Matías
Acuarela sobre papel
18x12cms

martes, 11 de noviembre de 2014

La solitaria construcción de una balsa




A veces uno  no consigue otra cosa que dar sólo tumbos,

chocando contra todo límite,

moretones

sin caricias.



De no encontrar un lugar dónde estar

ni ser el lugar.

La sensación de no pertenecer a ninguna huella que haces.

Así uno pinta y despinta.

Así uno llena páginas de libretas.


 
Así uno hace y deshace la balsa,

a ratos funciona y otras veces se filtra el agua,

entonces buscas otras maderas, otros nudos, otra estructura,

esperando cada vez durar más tiempo sobre la superficie,

antes de ahogarme

otra vez.

Luego visitas con un click una foto,

una librería de usado

y te encuentras esculturas parlantes con la pared,

o el nombre de un poema como tu tatuaje

y sabes que ellos también construyen su balsa.

Que también quieren flotar por más tiempo.

Que buscan para cada hueco una madera distinta para resanar.

Y reconoces también que reciben al agua

cuando es tiempo de ahogar

y de reestructurar.

De ellos comparto la labor del naufragio

y de la solitaria

construcción de una balsa.





domingo, 2 de noviembre de 2014

El desasosiego en una silla

  
                Al ver piezas de Doris y Van Gogh recordé uno de mis últimos grabados donde, como ellos, también utilizo una silla.
                Supe que es, en términos de psicología (gracias, Sofy), una representación de una persona (podría decirse que tanto como si fuese un retrato en fotografía).
                Doris utiliza un montonal de sillas que en términos metafóricos sería “el recuerdo”, aquellas personas que no han sobrevivido a una muerte histórica-política. La silla como el espacio y alma que fue de cada víctima. Un espacio habitado por alguien que ya no podrá hacerlo de nuevo.
                Pero el mensaje más elocuente lo encontré al toparme con las sillas de Van Gogh, donde cuenta la leyenda que, después de una visita de su padre, gritó al ver su silla vacía. Desde entonces se convirtió en símbolo muy personal y, durante la estancia de Gauguin con Van Gogh, pintó dos de ellas: una representa a Gauguin y otra a sí mismo. Si revisamos cada una podemos identificar sus personalidades y sus distintos accesorios, de forma inconfundible y contundente: el halo en el que se envuelve cada quien. La pintura como advertencia de una futura partida de Gauguin; podría decirse que Van Gogh lo pinta como acto de reclamo o protesta y, a la vez, una forma de conmemorarlo al inmortalizar su silla vacía.
                Y está el último linóleo que hice, donde precisamente coloqué una silla en un extremo de la composición, justo detrás de una ventana. Sólo recuerdo la sensación de estar determinada a indicar que “hubo alguien”, pero que en este momento en la escena no está. Ni sé si volverá ni cuándo. Que podría ser cualquier persona o yo.

                Y allí están, las sillas vacías. Sin atrevernos a decir su nombre, ni reconocer abiertamente su ausencia. Es tratar de convencerse de que, en efecto, la silla durará vacía más de lo que queremos tolerar.


Doris Salcedo/ Topografía de la guerra / 2003
La silla de Van Gogh/ 1888

La silla de Gauguín / Van Gogh / 1988

Xío Matías / Desierto / 2013