Al
ver piezas de Doris y Van Gogh recordé uno de mis últimos grabados donde, como
ellos, también utilizo una silla.
Supe
que es, en términos de psicología (gracias, Sofy), una representación de una
persona (podría decirse que tanto como si fuese un retrato en fotografía).
Doris
utiliza un montonal de sillas que en términos metafóricos sería “el recuerdo”,
aquellas personas que no han sobrevivido a una muerte histórica-política. La
silla como el espacio y alma que fue de cada víctima. Un espacio habitado por
alguien que ya no podrá hacerlo de nuevo.
Pero el mensaje más elocuente lo encontré al toparme con las sillas de Van Gogh, donde cuenta la leyenda que, después de una visita de su padre, gritó al ver su silla vacía. Desde entonces se convirtió en símbolo muy personal y, durante la estancia de Gauguin con Van Gogh, pintó dos de ellas: una representa a Gauguin y otra a sí mismo. Si revisamos cada una podemos identificar sus personalidades y sus distintos accesorios, de forma inconfundible y contundente: el halo en el que se envuelve cada quien. La pintura como advertencia de una futura partida de Gauguin; podría decirse que Van Gogh lo pinta como acto de reclamo o protesta y, a la vez, una forma de conmemorarlo al inmortalizar su silla vacía.
Pero el mensaje más elocuente lo encontré al toparme con las sillas de Van Gogh, donde cuenta la leyenda que, después de una visita de su padre, gritó al ver su silla vacía. Desde entonces se convirtió en símbolo muy personal y, durante la estancia de Gauguin con Van Gogh, pintó dos de ellas: una representa a Gauguin y otra a sí mismo. Si revisamos cada una podemos identificar sus personalidades y sus distintos accesorios, de forma inconfundible y contundente: el halo en el que se envuelve cada quien. La pintura como advertencia de una futura partida de Gauguin; podría decirse que Van Gogh lo pinta como acto de reclamo o protesta y, a la vez, una forma de conmemorarlo al inmortalizar su silla vacía.
Y
está el último linóleo que hice, donde precisamente coloqué una silla en un
extremo de la composición, justo detrás de una ventana. Sólo recuerdo la
sensación de estar determinada a indicar que “hubo alguien”, pero que en este
momento en la escena no está. Ni sé si volverá ni cuándo. Que podría ser
cualquier persona o yo.
Y
allí están, las sillas vacías. Sin atrevernos a decir su nombre, ni reconocer
abiertamente su ausencia. Es tratar de convencerse de que, en efecto, la silla durará
vacía más de lo que queremos tolerar.
Doris Salcedo/ Topografía de la guerra / 2003
La silla de Van Gogh/ 1888
La silla de Gauguín / Van Gogh / 1988
Xío Matías / Desierto / 2013
Pulgar arriba, mujer laberíntica
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